Iniciamos estas palabras, con un fragmento del último discurso del presidente Salvador Allende, el 11 de septiembre de1973
“Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.
Transcurrido ya más de 35 años de la muerte del Presidente Allende, sus últimas palabras siguen y cobran más fuerzas que nunca. Qué gran error de aquellos que pensaron que matando al hombre, matarían las ideas.
Quienes creyeron que con la muerte de Allende se apagaría esta llama libertaria se equivocaron rotundamente, la figura del presidente mártir se levantó más fuerte que nunca, no existe una ciudad del mundo que una de sus calles, plazas museos, escuelas, universidades no lleve el nombre de este ilustre patriota, amigo de la revolución cubana y combatiente ejemplar.
Las ideas no se matan con las balas, tienen alas, decía por ahí un cantor popular, nosotros decimos que mientras en esta América, al sur del río bravo no logre derrotarnos el dominio explotador, la lucha suma y sigue….
La historia de Chile está escrita con la sangre valerosa y desinteresada de hombres y mujeres que su noble objetivo era la emancipación de las tiranías y de dotar al pueblo de una república progresista y libertaria, entre ellos, Ohiggins, Carrera, el gran guerrillero heroico Manuel Rodríguez, Francisco Bilbao un héroe romántico de América y tantos más que escribieron nuestra identidad en épocas pasadas. Con ellos, Salvador Allende, marcó un camino significante para la historia de nuestros pueblos.
Salvador Allende, Presidente de Chile, entregó su vida en cumplimiento de la promesa que había formulado repetidas veces y que reiteró horas antes con sus palabras sencillas y solemnes, cuando pronunció: “colocado en este trance histórico pagaré con mi vida la lealtad del pueblo”.
Hoy no podemos encontrar en él una nacionalidad fija y determinada limitarnos a decir un país o una sola bandera; sería ir contra los valores del internacionalismo, es claro su sentimiento patriótico, lejano al patriotismo chovinista segregador, clasista y destructor de nuestra sociedad. Es Allende un combatiente con una visión precisa del actuar social revolucionario, donde el motor principal es el pueblo.
Encontramos en su vida el profundo entendimiento de los cambios y las luchas que debían existir para conseguir una conciencia social, creyendo particularmente en los jóvenes, recordándoles que su naturaleza es ser revolucionarios, más profundamente a los jóvenes universitarios, diciéndoles “yo soy médico” y destacando que hay muchos que,
no comprenden o no quieren comprender que la salud se compra, y que hay miles y miles de hombres y mujeres en América Latina que no pueden comprar la salud; que no quieren entender, por ejemplo, que a mayor pobreza mayor enfermedad, y a mayor enfermedad mayor pobreza y que, por tanto, si bien cumplen atendiendo al enfermo que demanda sus conocimientos sobre la base de los honorarios, no piensan en que hay miles de personas que no pueden ir a sus consultorios y son pocos los que luchan porque se estructuren los organismos estatales para llevar la salud ampliamente al pueblo.
Habiendo asumido un sacrificio claro y consistente, amando la vida, pues tenía mucho por qué vivir; emprendió un difícil proceso revolucionario en democracia y muchos de sus compatriotas, sobre todo los más humildes, habían confiado en él y lo habrían acompañado hasta el fin.
A ellos, a los pobres de Chile, a los trabajadores, les había hecho la promesa de que no abandonaría vivo el Palacio de
Son pocos los que en sus vidas se ven colocados en un trance histórico semejante y mucho menos los que podrían cumplir su compromiso con tal serenidad y firmeza. Cada proceso histórico tiene su tiempo, y de él los pueblos, como lo dijo Allende, “hacen la historia, sacan lecciones para seguir construyendo su futuro”.
En su condición de médico fue el primero que elaboró un diagnóstico real del problema de salubridad, la cual abordó denunciando que existía un modelo económico que construía una gran brecha entre pobres y ricos, pero su análisis no sólo se reducía a su pueblo, en su fuero interno y como un internacionalista, educado en los grandes principios latinoamericanistas, su mirada se posó en este continente de esperanza tal como lo señalara en más de una ocasión nuestro querido comandante Fidel Castro; prueba de ello fueron sus visitas a casi todos los países de América y el Caribe, incluida por cierto nuestra hermana República Bolivariana de Venezuela, a la cual vino personalmente para agradecer el aporte solidario que realizaba el pueblo hacia la vía chilena al socialismo.
Allende fue el interprete de grandes deseos de justicia postergada a justicia reclamada, representó el sueño de los humildes, de los niños, a quienes por primera vez en la historia, mediante una ley, les garantizó un litro de leche diariamente como forma básica de alimentación. Pero quizás, la más grande de sus obras, fue devolverles la dignidad a los chilenos a través de la nacionalización del cobre; el sueldo de Chile estaba en manos de los chilenos. Así como al iniciar este pequeño discurso señalaba a los próceres de nuestra independencia, él nos entregó lo que denominamos nuestra segunda independencia.
El presidente no sólo fue valiente y firme en cumplir su palabra de morir defendiendo la causa del pueblo, sino que se creció en la hora decisiva hasta límites increíbles. La presencia de ánimo, la serenidad, el dinamismo, la capacidad de mando y el heroísmo que demostró, fueron admirables. Nunca en este continente ningún presidente protagonizó tan dramática hazaña. Muchas veces el pensamiento inerme quedó abatido por la fuerza bruta. Pero ahora puede decirse que nunca la fuerza bruta conoció semejante resistencia, realizada en el terreno militar por un hombre de ideas, cuyas armas fueron siempre la palabra y la pluma.
Salvador Allende demostró más dignidad, más honor, más valor y más heroísmo que todos los militares fascistas juntos. Su gesto de grandeza incomparable hundió para siempre en la ignominia a Pinochet y al imperialismo norteamericano.
La madre revolución marque tus pasos, las corrientes libertarias designen los caminos, te vemos reflejado en Latinoamérica y el mundo, fuiste de frente al enemigo, no mostraste debilidad, le negaste al tirano usurpar la democracia, siendo así la sentencia para no dejarte seguir.
Has vencido, viviste, vives y vivirás en el corazón del pueblo, en el alma de los que deseen luchar, ahora ni la nostalgia, ni el deseo de recordar el pasado deben ser banderas independientes, lejanas a la verdadera causa que perseguiste,
Socializar la patria, darle protagonismo a quienes de la historia habían borrado.
¡Así se es revolucionario!
¡Así se es hombre!
¡Así muere un combatiente verdadero!
¡Así muere un defensor de su pueblo!
¡Así muere un luchador por el socialismo!
Gracias por el privilegio de contar en nuestra escuela con el nombre de Salvador Allende Gossens.
Gracias por darnos esta oportunidad de prepararnos como futuros médicos sociales para los pueblos de esta América grande.
Gracias hermana República Bolivariana de Venezuela,
Gracias compañero Presidente Comandante Hugo Chávez
Patria, Socialismo o muerte, venceremos
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